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El Quijote del andaluz y los molinos de la lengua


José María Pérez Orozco en 2004, durante una charla sobre flamenco. / El Correo.
Montellano, la patria chica del catedrático José María Pérez Orozco, homenajea al gran defensor de nuestras hablas al año de su fallecimiento.
13/03/2017. El Correo.

El Gorrilla, como conocían cariñosamente a José María Pérez Orozco tanto en su pueblo natal, Montellano, donde nació en 1945, como en Valencina de la Concepción, donde vivió últimamente hasta fallecer hace justo un año, parecía un abuelete de pueblo de los que se sientan a tomar el fresco en las tardes remolonas de cualquier rincón andaluz, con su calada gorra de campo, su chapona a medio cerrar y su conversación siempre abierta al que pasara. Parecía. Pero era catedrático de Lengua castellana y Literatura, había dado clases en institutos durante más de treinta años, había destacado como ensayista y escritor, había dirigido la Bienal de Flamenco de Sevilla en su IV edición (1986) –en la que participaron Camarón, Menese, El Lebrijano; Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía; Mario Maya y Matilde Coral–, realizó trabajos para televisión como Caminos flamencos o El Arriate, era uno de los mayores especialistas en orquídeas del mundo y dejó interesantísimos libros de nuestra idiosincrasia cultural como La poesía flamenca, Lírica en andaluz, Coplas de clase o Joyero de coplas flamencas.

Pero, sobre todo, era el mayor defensor del andaluz de andar por casa del mundo entero. Porque cuando el lebrijano Elio Antonio de Nebrija publicó la primera Gramática castellana el mismo año en que Colón descubría América no hubiera podido imaginar hasta qué punto la modalidad de su propia lengua hablada en el sur iba a ser tan zarandeada y criticada en los siglos venideros hasta el punto de que sus paisanos hablantes llegaran a crearse cierto complejo lingüístico de inferioridad. El Gorrilla, cual Quijote de las hablas meridionales, era capaz de dejar sentado a cualquier gigante que se atreviera a criticar el andaluz, y no con la gracieta folklórica a la que otros nos tienen acostumbrados, sino con el riguroso argumentario de quien conoce la lengua y sus variedades a la perfección porque se consideraba discípulo directo de Manuel Alvar o Dámaso Alonso. Del primero, prestigioso dialectólogo capaz de discernir un acento a un kilómetro, recordaba él que dijo de Andalucía: «Es el mayor hervidero de fenómenos lingüísticos que he conocido». Del segundo, poeta del 27 y director de la RAE, siempre rememoraría aquel estudio sobre la Andalucía de la E entre Puente Genil y Estepa... El Gorrilla, siempre al día de las últimas investigaciones lingüísticas a nivel europeo, sostenía que «por detrás del inglés, lo que más se habla en el mundo es el andaluz». No en vano, todas las variantes fonéticas del español de América (400 millones de hablantes) no provienen de la variedad castellana, sino de la variedad andaluza, o variedades, porque no existe un habla andaluza, sino muchas, como insistía en recordar, orgulloso, José María Pérez Orozco en cuantos programas de televisión y redes sociales empezó a hacerse popular en las últimas décadas. El humorista Manu Sánchez fue uno de los mayores culpables.

Pérez Orozco explicaba la grandeza del andaluz con el mismo rigor que otros estudiosos actuales como Rafael Cano o Antonio Narbona, pero no con tecnicismos universitarios, sino con ese preciso ángel didáctico como para que lo entendiera mi abuela. Explicaba, por ejemplo, que si a un andaluz se le pregunta si iba a ir a El Rocío y este contestaba No ni ná, aquello era una maravillosa figura poética, «una joya literaria», que encerraba retoricismos como la elipsis, la anáfora, la aliteración o la paradoja, pues era un modo económico de formular enunciados más largos para terminar queriendo decir que sí, rotundamente sí, pero enseguida añadía: «Pero, vamos, para nosotros, esto es una virguería lingüística». El Gorrilla defendía el carácter culto del manque pierda bético o las diferencias entre un idioma y un dialecto con un didactismo tan entretenido que aguantaba en pantalla como un espectáculo más.

Ahora que se cumple el primer aniversario de su muerte, la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Montellano ha creado una comisión para establecer un programa homenaje que rinda tributo a su figura a lo largo del próximo trimestre. «De momento solo ha habido una reunión», explica la edil del ramo, Nerea Romero (PSOE), «pero ya está claro al menos que pretendemos ponerle su nombre a alguna glorieta, a la biblioteca del pueblo o a alguna calle». Por otro lado, la comisión trabaja ya en una serie de documentales audiovisuales que focalicen algunas de las predilecciones de El Gorrilla por su pueblo, como la romería o las orquídeas silvestres. Además, el Ayuntamiento quiere invitar al televisivo humorista Manu Sánchez, muy amigo suyo, para que «haga en Montellano algún espectáculo o alegato sobre la importancia de su figura», insiste la concejala de Cultura.

El pancipelado José María –pancipelado es el curioso gentilicio de los nacidos en Montellano– se hizo al final vecino de Kiko Veneno y Alfonso Grosso. Al día siguiente de su muerte, el alcalde de Valencina de la Concepción, Antonio Suárez (PSOE), fue el primer político en guardar un minuto de silencio por su pérdida: «Perdemos un referente cultural y social, una fuente de conocimiento, una persona de gran peso cultural pero cuyo carácter generoso y colaborador era ejemplo de convivencia, y lo echaremos en falta». Todos los andaluces llevamos un año echándolo de menos.

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